En este poemario, con atmósfera de mito, se escuchan las voces de cinco mujeres elegidas “para curar/la herida/entre nosotros y la madre tierra” junto a la voz que las condena a no poder amar ni hablar.
Se oye también a la naturaleza en la singularidad del río, de una planta que sana, de un kurupay, de un jabirú. Y en medio de la sonoridad guaraní, hay algo que aturde: es el silencio que toma la palabra, tan poderoso como la prohibición de la lengua materna.
Así como las promeseras que prontamente han elegido “nombrar al mundo a su antojo”, Vanina engarza sonidos, explora la lengua que eligió heredar y consigue que las palabras albahaca, piedra, barro, abandonen su sentido cotidiano y sean una forma de la desobediencia. Su poesía nos permite escuchar, oler, tocar los pedazos que nos han ido constituyendo y nos da la confianza de que, una vez más y en todos los tiempos posibles, “cantamos para no morir”. Del prólogo de Irene Ferrari.